Desde el pasado viernes 31 de marzo (2017) se encuentra en exhibición, en el Taller de Los Carpinteros, El Museo de las Máquinas, exposición surgida como resultado del trabajo curatorial de Abel González Fernández. Esta trae a la luz la obra de un grupo de jóvenes arquitectos y diseñadores cubanos y extranjeros, que en la Cuba de los años sesenta y setenta, crearon proyectos destinados a satisfacer las necesidades del momento en las áreas de arquitectura, diseño de interiores y mobiliario. Los productos de aquél entonces en los mencionados campos son buenos representantes de su tiempo, portadores de su espíritu, de aquellos años estimulados por nuevos paradigmas, cuando objetos y edificios constituían parte del caudal simbólico de los programas sociales de la Revolución. Se hace así indispensable la presencia en esta muestra de los nombres de Roberto Gottardi, Sergio Baroni, Rodolfo Fernández Suárez, Vittorio Garatti, Walter Betancourt, Joaquín Galván, Antonio Quintana, Eva Björklund, Gonzalo Córdoba, María Teresa Muñiz, Reinaldo Togores, Antonio Quintana, Iván Espín, Heriberto Duverger, Hugo D´Acosta y Mercedes Álvarez. Si bien puede pensarse que en la Cuba de entonces el bien de uso era más estimado que la calidad estética para abastecer obras de uso social, dígase hospitales, escuelas, círculos infantiles y otras individuales, o sea, las viviendas, los creadores no permitieron que tal requerimiento apagase la esencia del diseño y no apartaron a un lado la calidad estética. La utilización de tecnologías y materiales disponibles fueron entonces notables prioridades, aunque también eran consideradas otras premisas, como la preferencia por lo artesanal y la transmisión de valores culturales propios del país. Esta atinada idea curatorial, devela espacios ocultos que necesitan ser promovidos, nos transmite las circunstancias de aquél entonces y la energía de aquellos innovadores de un modo totalmente coherente. La mayoría de las propuestas expuestas no recibieron la atención merecida en el momento de su creación, a pesar de ser realizadas de acuerdo a las exigencias que les dieron origen. Tales requerimientos resultan no ser muy diferentes de los actuales, por lo cual mantienen una validez que quizás, desde su silencio inmóvil, pide ser retomada. Ejemplo que ilustra estas pautas es el sillón de tubos de aluminio y cordones plásticos de Reinaldo Togores, un tipo de mobiliario retomado fuera y dentro de Cuba, aunque no se quedan atrás otras notables piezas realizadas en plywood, textiles y madera. La presencia de algunos de los objetos en el espacio es gracias a las reproducciones realizadas por Luis Ramírez y Zelma González. Algo singular en la exposición es la vinculación entre arte y diseño. Crear adecuadamente esa concordancia sin quedar en un nivel visual y superficial puede parecer ardua tarea, pero en este caso se llegó a la sincronía gracias a la adecuada selección curatorial de las obras artísticas. La participación de estas crea un mapa reflexivo en este llamado museo. Las fotografías y dibujos por parte de Leandro Feal y Renier Quer (Requer) crean una instalación que juega con las formas plásticas de los productos de diseño, realizan una instalación documentativa y su propia reconstrucción de la memoria. La intervenciones de Hamlet Lavastida sobre las paredes resultan oportunas visualmente por su acercamiento a un principio básico de diseño, la repetición de un módulo creador de un efecto óptico atractivo. No obstante, además de aproximarse a la época mediante ciertas figuras reconocibles, entre ellas el Pabellón de Montreal que representó a Cuba en esta ciudad en 1967, la reproducción del motivo lleva a otros niveles de interpretación relacionados con la reproducción no solo de objetos, sino de modos de pensamiento. Fuera de esta generación de jóvenes artistas se presenta a Raúl Martínez, un embajador transmisor del espíritu de la época. Las lecturas se enriquecen, pero siempre adjuntas a la idea curatorial general. Sugerente hecho es que en una habitación se encuentre un vídeo documental de los progresos constructivos de entonces, la muestra del pasado en una manifestación verídica que transmite el interés de un sistema ideológico, mientras, en la sala contigua, se presenta un vídeo de Rigoberto Díaz, que documenta su intervención en la casa modular de Mercedes Álvarez y Hugo D’Acosta. El joven artista realiza aquí algo característico de su trabajo, se trata de la utilización de sustancias a modo de transportadoras de significados. Manipula el espacio existente, en este caso un interesante prototipo de vivienda para producción masiva notable por su diseño, pero que se encuentra en total abandono. No obstante, el autor no afecta la forma física del lugar, pues cubre todo el local con plástico y realiza las acciones sobre los gases del interior, los transforma, traslada y crea atención sobre la desfuncionalización, abandono y desvalorización. De este modo, se vale de la información otorgada por el espacio en sí, o sea, ideología, intereses, necesidades de una época y desplazamiento de intereses. Esta exposición es algo que la pasada Bienal de Diseño hubiera necesitado, el acercamiento a un diseño cubano con mucho que ofrecer. El título de la muestra bien la presenta como un museo, lugar lleno de piezas con un aura especial, partes de aquella máquina perfectamente elabora para cumplir un proyecto social. Sobre todo se hace palpable un constante diálogo entre pasado y presente, la invitación a adentrarse en ambientes pretéritos, cuestionarse lo inmediato. Después de todo, las modas vuelven, especialmente las efectivas y así la historia lo ha demostrado. Carolina Sánchez Abella abril 25, 2017 (La Habana, 1990). Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Actualmente trabaja como especialista en la Fundación Ludwig de Cuba. Ha colaborado con la revista digital Esquife y el blog de Art-OnCuba. |