Jean-Paul Midant, nacido en 1957, es profesor de historia y de cultura arquitectural en la Escuela de Arquitectura de Nancy (Francia). Ha colaborado en múltiples libros sobre la materia tanto en Francia como en otros países.
Durante la primera intervención americana, con la creación en la Universidad de La Habana de las escuelas de Ingeniería Civil y de Arquitectura en 1900 y de la Escuela de Artes y Oficios en 1902, se inicia en Cuba la arquitectura del siglo xx. Estas escuelas rompen las ataduras que mantenían la isla unida a España, y su capital se transforma en el umbral por donde accede al mundo del pensamiento tecnológico. De ellas, a su vez, salen los profesionales que, permeados de influencias foráneas, van definiendo tímidamente las variantes cubanas de los estilos en boga. Otero, Bens et al., Capitolio Nacional. Foto: I. Çelikdemir Deben transcurrir los primeros treinta años para que las voluntades de los escasos arquitectos que ejercen en la isla se vean reforzadas por la labor del equipo franco-cubano (Raúl Otero, José M. Bens Arrarte, Félix Cabarrocas, Eugenio Rayneri, Théo Levau, Jean Labatut y J.C.N. Forestier) en torno a la obra más emblemática del estilo Beaux Arts de la época: el Capitolio Nacional. Construido con el apoyo de la alta tecnología estructural de la firma de ingenieros Purdy & Henderson e inaugurado en 1929, su eclecticismo refinado y pragmático indica la línea conductora que seguirán personalidades como Emilio de Soto, Evelio Govantes, Luis Bay Sevilla y Pedro Martínez lnclán. E. Rodríguez Castells, Edificio Bacardí. Foto: Christopher Michel. La modernidad, sin embargo, arriba a La Habana cinco años después de la Exposición de Artes Decorativas de París, con la construcción de la sede de la compañía Bacardí (1930), de Esteban Rodríguez, Rafael Fernández y José Menéndez, pequeño rascacielos enteramente cubierto de cerámica polícroma, mientras que los primeros avances del funcionalismo empiezan a apuntar al final de la década en obras como el cine Fausto (1938) de Saturnino Parajón, el edificio América (1941) de Fernando Martínez y Pascual Rojas o el edificio de apartamentos en la calle San Lázaro (1944), de Manuel Copado. M. Parajón, Teatro Fausto. Foto: C.Briggs. M. Copado, Edificio Solimar. Foto: C. Brittain. Este movimiento se ve respaldado por una fuerte actividad pedagógica de arquitectos e historiadores como Eugenio Batista, Mario Romañach y Joaquín Weiss, que tratan de adaptar los preceptos contemporáneos a las condiciones de la cultura y el clima locales, como se nota en la propia residencia de Eugenio Batista (1944) y en la casa Cueto (1949) de Mario Romañach. Una revuelta en la Escuela de Arquitectura (1947) paralela a una memorable visita de Walter Gropius a La Habana (1948) anuncia los extremadamente prolíficos años cincuenta en una ciudad plena de transformación. M. Romañach, Casa Noval Cueto. Fuente: C. A. Fleitas. El cabaret Tropicana (1951) de Max Borges, con sus bóvedas “bajo las estrellas”, así como los rascacielos del Odontológico (1952) de Nicolás Quintana, con su fachada compuesta de brise-soleils, y el FOCSA (1956) de Ernesto Gómez Sampera, elevándose a treinta y cinco pisos, se convierten en símbolos del desafío moderno. M. Borges, Cabaret Tropicana. Fuente: Universidad de La Habana. La construcción del hotel Habana Hilton (1958, actual Habana Guitart), de Welton Becket asociado a Nicolás Arroyo y Gabriela Menéndez, una torre de veinticinco pisos ocupando toda una manzana, será punto de destino y origen, por su parte, del nuevo centro urbano de La Habana. W. Becket, Hotel Habana Hilton. Paralelamente a estos fenómenos se nota un cierto retorno a los valores autóctonos en una joven generación reticente a la tecnocracia, como lo muestran Ricardo Porro, recientemente de vuelta a Europa, en su proyecto para la villa Ennis (1953), Emilio del Junco en su propia casa (1957) y Frank Martínez en la residencia Wax (1958). R. Porro, Casa Ennis. Foto P. Austen. Residencia E. del Junco. Foto: E. & P. del Junco. Frank Martínez, Residencia Stanley Wax. Fuente: C. A. Fleitas. | Las transformaciones políticas que se producen en la isla a partir de 1959 producen un fuerte impacto, como es lógico en la situación arquitectónica. Mientras que una gran parte de los profesionales emigra a los Estados Unidos, algunos arquitectos que arriban a la madurez aprovechan el momento heroico y optimista para expresarse en un lenguaje fresco y original. R. Porro. Escuela de Bellas Artes. Foto A. Mallol Este lapso de euforia feliz pero breve es encarnado en la obra de las Escuelas de Arte (1961) construidas en los terrenos del antiguo Country Club, al oeste de La Habana, proyectadas por Ricardo Porro (Escuelas de Artes Plásticas y Danza Moderna, inauguradas en 1965) y los arquitectos italianos Vittorio Garatti y Roberto Gottardi (Escuelas de Música, Ballet y Teatro, abandonadas sin acabar). V. Garatti, Escuela de Ballet. Fuente: John Loomis, Revolution of Forms. Construidas con la colaboración de un equipo de jóvenes arquitectos, estudiantes y albañiles, se abre con la creatividad y frescura de estas obras toda la fuerza del mestizaje cultural que conlleva el cambio social. Su arquitectura opulenta y sensual brota de la precariedad con el despliegue de sus bóvedas catalanas cubriendo formas orgánicas englutidas en una naturaleza exuberante. Juzgada con desprecio y desconfianza por el poder, esta vía será pronto marginada, en favor de una industrialización masiva de la construcción. A partir de mediados de los años sesenta, una vez controladas las tres escuelas de arquitectura y las publicaciones y distribuida la profesión en empresas de proyectos estatales, toda tentativa arquitectónica no codificada por las normas se hace sumamente difícil si no imposible. A. Sicilia y R. Togores, Biblioteca E. J. Varona. Foto: R. Tuero. J. Campos, Pabellón Cuba. F. Salinas, Embajada de Cuba, México. Sin embargo la voluntad creativa arquitectónica, víctima del tecnicismo tecnocrático, ha podido desafiar, a cada ocasión favorable, aún en obras aisladas, a la extrema intolerancia de la burocracia oficial, como se nota en los casos de la biblioteca municipal E.J. Varona (1963) de Arnaldo Sicilia, en Marianao, el pabellón Cuba (1963) de Juan Campos en el Vedado, la Embajada de Cuba en México (1976) de Fernando Salinas, la Escuela Vocacional (1977) de Reinaldo Togores en Camagüey, el Centro Cultural (1978) de Walter Betancourt en Velasco, etc. W. Betancourt, Centro Cultural de Velasco. La generación más reciente de arquitectos trata de romper su aislamiento, proponiendo por un lado los proyectos completamente utópicos, y por otro transformando las ideas de la postmodernidad en la realidad cotidiana de la industria turística, como sucede en la propuesta de José A. Choy para el Hotel Santiago (1991) en Santiago de Cuba o el Hotel Caimanera (1992), de Jorge Callico, en Guantánamo. J. Choy, Hotel Santiago. Foto: IPAAT J. Callico, Hotel Caimanera, Guantánamo. Distintas propuestas en el campo del urbanismo se han sucedido en La Habana a partir del plan de J.C.N Forestier o de 1926, con su red de vías radiales y concéntricas en torno a un gran parque y nuevo centro urbano, seguidas del muy discutido plano de J. L. Sert y Lester Wiener de 1956, que concebía una isla artificial enfrente del antiguo casco urbano medio arrasado por las nuevas vías y parques previstos. J. L. Sert and L. Wiener, Plan Piloto de La Habana. Fuente: R. Fornés Felizmente no implementado, este plano dio impulso sin embargo al proyecto construido al otro lado de la bahía por Fernando Salinas en 1963, De una envergadura más modesta y realista es el proyecto del barrio de las Arboledas de 1988, que ideado por un equipo cubano-americano, propone como contrapunto a los dogmas vigentes de la construcción de edificios con grandes paneles prefabricados, una urbanización respetuosa del ambiente de floresta, con técnicas de albañilería tradicional implementada por equipos de autoconstrucción. H Rorick et al. Las Arboledas. Foto: D. Glez. Couret. |